Mortificaciones de los Papalagi

Odio que mi e-book me diga por qué pagina voy, y peor aún, cuántas me quedan; si la novela me entusiasma sufro al ver cómo se consume, y si es un rollo me mortifica ver hasta dónde llega. He intentado eliminar esos minúsculos numeritos al fondo de la pantalla pero, a pesar de que tengo un bonito -y caro- modelo líder de mercado, aparentemente los diseñadores no tuvieron en cuenta mis paranoias. La sensación, una mezcla de ansiedad de baja intensidad e impotencia digital aderezada con una pizca de, por qué no decirlo, vergüenza culpable por mi falta de autocontrol, es desagradable.



Me ha recordado mi paso, en mi cada vez más borrosa juventud, por un trabajo monótono de oficina de ocho a tres, en el que los días se sucedían tediosos y las tareas eran siempre rutinarias. En aquella época odiaba el pequeño reloj de Windows, omnipresente incluso en la aplicación propia de la empresa. Intentas no mirarlo, pero, como el recurrente jueguito psicológico del paquidermo (¡No pienses en un elefante rosa!) pensar en no mirar y mirar era todo parte de la misma cosa. Se ve que las prohibiciones que se pueden transgredir impunemente son una tentación irresistible para el cerebro humano. Para el mío, por lo menos. Me consumía del aburrimiento y veía, sin querer, la hora: eran, por ejemplo, las once y veintidós. Pasaba un rato infinito de señoras mayores por mi mesa, papeles repetidos y teclas pulsadas con dos dedos, volvía involuntariamente a ver el dichoso reloj y eran... las once y cuarenta y siete. Maldición. Entonces lo resolví de una manera que siempre he considerado brillante, aunque mis compañeros de oficina sin duda pensaban otra cosa. Recorté un Post-It hasta darle el tamaño adecuado y lo planté en la esquina inferior derecha del monitor con una sonrisa de suficiencia y, probablemente, un breve gruñido de victoria, mientras los involuntarios colegas arqueaban las cejas y se daban codazos a mis espaldas. Kepa uno, relojito de Windows cero.

Ahora he conseguido librarme del trabajo tedioso, vivo una aventura cada día o algo así, pero el espíritu del relojito de Windows se ha reencarnado. Y, diez años más sabio, ataca en uno de mis puntos débiles, de mis remansos de paz (o de guerra, o de aventura) más preciados: los libros. Quisiera evitar tener que leer con un Post-It pegado a la pantalla -sería también una especie de derrota, por lo poco elegante de repetir el método y por lo propiamente ridículo de la solución- pero aún no he encontrado nada ingenioso que hacer.

Lo más curioso de todo es que cuando leía en papel, el número de la página también estaba allí. Vale, es verdad que no estaba el total, ese dato fatal que me mortifica o me angustia, pero lo cierto es que, que yo recuerde, no solía mirarlo nunca. Y eso me preocupa un poco.

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.